Se fue Mercedes Sosa. Se nos fue La Negra con su voz potente y su corazón inmenso, como el bombo que la acompañaba. Con su rostro ancho y su sonrisa dulce. Se fue. Nos dejó cientos de canciones, miles de recuerdos y muchísimas lecciones de vida. De dignidad. De decoro. De pueblo. Se fue Mercedes, como se han ido casi todos los iconos de mi juventud. Mis referentes, los sustentadores de mis sueños libertarios. Siento que me quedan muy pocos ya: Silvio, Galeano... y pocos más. Podría decirme: eso tiene que ocurrir y aunque mueran, mis sueños siguen intactos y ellos y otros continuarán allí, ayudándome, levantándome cuando decaigo, insuflándome fuerzas para continuar. Pero el dejo de nostalgia y el poso de tristeza que se anida en el corazón cada vez que uno de ellos ha partido es grande. La verdad es que cuando se van duele. Lo cierto es que se van y nos queda una sensación de orfandad. Una partecita de uno se va con ellos. Es toda una historia vivida al amparo de sus libros, de sus discos, de sus poemas, de su recorrido vital que aflora y nos hace mirar hacia atrás y nos proyecta de golpe hacia adelante, hacia lo que nos queda.
Ayer se fue Benedetti. Esta vez Mercedes. Y nos decimos que no es justo. Que aún tenía mucho que decirnos. Mucho que darnos. Mucho que cantarnos. Mucho que enseñarnos. Pero en fin, se nos fue y hoy sólo nos quedan las lágrimas y el silencio. Y evocar sus canciones y decir ¡gracias a la vida que nos dió la oportunidad de verla, de escucharla, de admirarla, de amarla! Pero qué va... lo que nos sale decir es ¡qué canalla es la muerte!
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