Este ha sido un día particularmente bonito.
Cálido, muy veraniego a pesar de estar apenas a mitad de la primavera, luminoso y apropiado para disfrutar de la playa. De hecho, hay mucha gente allá abajo, casi toda junto al mar, pero no adentro, como suelen hacer los europeos. ¿por qué será? A los caribeños nos gusta entrar al agua, jugar con las olas, bañarnos, refrescarnos en las aguas azules y espumosas. Los europeos se ubican en la arena, toman el sol, se tuestan, a veces caminan por las orillas, pero entran poco al mar. Tal vez se deba a que el agua es más fría.
Los veo desde mi balcón, ocupándome de algunas de las cosas rutinarias de la casa mientras escucho el piano de Bill Evans. De pronto, siento necesidad de sentarme, de quedarme tranquila y miro al mar, el horizonte, los veleros moviéndose lánguidamente, aprovechando la brisa y pienso en la vida contemplativa... ¿Fue San Agustín quien habló de eso, no? supongo que no es precisamente lo que hago, pero me imagino llegando a ese estado de ánimo, abstraido, sereno, demasiado reposado. Buscando alcanzar el estado alfa, lograr la meditación trascendental. Encontrar los conceptos vida y muerte, el principio y el fin, ¡qué se yo! Y no: creo que no me llena para nada el sólo contemplar. Ni siquiera en mi interior. Prefiero ver hacia afuera y proyectarme en lo que veo. O no. Por lo pronto, sólo quiero disfrutar de la placidez de esta tarde de verano, dejándome llevar
por la suave brisa, como los veleros.
Como ves ya me tienes aqui, quise venir a conocerte enseguida y disfrutar de tu obra que ire leyendo de a poco, un abrazo grande Maria José
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